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Hasta el fin de Alex Miguel Castillo

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De: LAS NOCHES DE MI ALBA

Hasta el fin
de Alex Miguel Castillo


El cielo estaba nublado, era una noche triste, el reloj de la iglesia daba nueve campanadas; a esta hora sólo algunas personas paseaban por las calles principales de Muchán. A dos cuadras y media de la placita, se ubicaba una casa construida con ladrillo. Éste era el hogar de don Juan, amable anciano de cincuenta años; hace días que estaba muy enfermo. Esta noche se encontraba solo en su cama abrigado con una frazada, muchos recuerdos venían a su mente, recuerdos de sus años mozos, recuerdos que le traen alegría y nostalgia.

-¿hay alguien en casa? – se oye una voz de mujer llamando a la puerta
-adelante está sin cerrojo – se oyen los pasos acercándose al cuarto del viejo
-hola Juan ¿cómo te sientes?
-¿María? ¿María Luz? ¿En verdad eres tú?
-sí Juan, he venido a verte

María Luz había sido la novia del viejo hace muchos años, siempre paseaban juntos por las calles de Muchán. Era tan común verlos juntos que parecían tórtolos enamorados en medio de la plaza.
Pero cierto día, Juan se embriagó en compañía de unos amigos como nunca antes lo había hecho y como producto de la borrachera entró en una casa que no era la suya he hizo destrozos. A consecuencia de esto lo detuvieron y obligaron a prestar servicio militar. Después de dos años de servicio en la sierra Juan regresó a Muchán; pero una gran decepción apagó su alegría: María Luz, la mujer que amaba, se había comprometido hace tres meses y había dejado el pueblo.

Ahora ella estaba ahí, se había enterado por medio de una prima sobre la enfermedad de Juan.
-bueno pues ya me ves aquí estoy – dijo Juan – bebiendo de a pocos el trago amargo de la muerte…pero no tengo miedo, al contrario, por fin saldré de esta soledad.
El viejo no había vuelto a enamorarse y nunca se casó; en su corazón sólo existía el recuerdo de María Luz.
-no digas eso, tú siempre has sido fuerte; te recuperarás
-¿y para qué? Si hace ya muchos años que perdí las ganas de vivir, desde tu ausencia – dijo el viejo.
-creo que será mejor que me vaya
-¡no! por favor no te vayas, disculpa si te incomodo con mis palabras…pero dime tú ¿acaso nunca volviste a pensar en mí?
-claro que sí, yo nunca te olvidé, pero no quiero hablar de eso. Ahora debo irme – dijo María Luz.
Dos lágrimas bajaron por las mejillas del viejo y en ese preciso momento un fuerte dolor le oprimió el pecho.
-¿qué te sucede Juan? – preguntó María Luz desesperada
-no es nada, no es nada; pero quédate, quédate por favor mi amor; si voy a morir quiero tenerte en mis ojos, con tu calor a mi lado María Luz al escuchar esto, cogió de las manos a Juan y lloró; lloró también.
-siempre fuiste mi chiquita linda, te llevaré en mi corazón a donde vaya – María Luz lo abrazó y después de darle un beso en los labios; Juan murió.

POETAS O LOS ESPÍRITUS ATORMENTADOS

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POETAS O LOS ESPÍRITUS ATORMENTADOS

Por: Nicolás Hidrogo Navarro
(
hacedor1968@hotmail.com)

La condición de poeta se gana, se perfila, se construye verso a verso, locura a locura, decepción a decepción, en soledad y angustia existencial. Diríase que la suma de las adversidades es lo que hace que se amalgame y se cueza un poeta. Que un poema no cuaje ni se celebre la primera vez; que un renuente colega de la generación anterior te diga que como poeta eres buen cocinero; que un libro demore diez o más años para salir; que vendas sólo un ejemplar el mismo día de la presentación; que encuentres sólo incomprensiones entre los críticos; que la prensa no te dedique ni un centímetro cuadrado al día siguiente de tu primera parición literaria; que al día siguiente de la noche en que te hicieron sentir dios, los perversos y falsos aplausos, sientas ser un pobre diablo que camina muy temprano por las calles de tu ciudad y nadie te reconozca; que tu musa inspiradora ni siquiera se dé por enterada que escribes en nombre de ella, todo eso, todo, todo, es la suma indicadora que algo va bien para ti, poeta. Al poeta no le puede ir bien, pues eso sería su fatalidad y acabose; debe irte mal en todo: amor, dinero, salud, comida, familia; siempre te debe faltar todo o casi todo, porque cuando lo tengas en demasía ese día debe empezar a apagarse tu inspiración y el torrente tórrido de tus versos se trocarán en témpanos de hielo.

En esta atmósfera de fatalismo, de sinos antagónicos, se macera un poeta, a la sombra aciaga de los infortunios, donde cada guadañazo le rasga el alma y le arrebata un poema tristísimo o una rapsodia de amor fatal. Es que los mejores poemas han salido sin pujos, ni rompederos de cabezas, ni diccionarios, ni bibliotecas inspiradoras, ni borroneados anagrámicos, han brotado raudos después de la millonésima reiterada frustración, después de darte cuenta que eres un pobre insecto que a nadie importa nada; después de comprobarse que eres un mísero mendigo de amor, dinero, comida, trabajo y una reclamada atención a tu oficio, al vecino de enfrente o a la vecina del costado, que de seguro no sabe que escribes.

Dices en tus poemas sentir/dar amor; pero sólo recibes indiferencia y decepción de tu invisible, platónic@ amad@ y nunca por ti tocad@; te esfuerzas en cantar la belleza aurífera de la mañana, y sólo te refugias en la penumbra triste de la noche; construyes edificios líricos de cristal y sólo vives en un cuchitril desolado; demuestras riqueza lexical y sólo posees bolsillo vacíos que bailan una tristeza tropical. Tus poemas huelen a campanas multicolores; pero tus días son noches y tus noches pesadillas y tus pesadillas tragedias griegas de nunca acabar; dices ser erótico y sensual, pero sólo eres un reprimido que alcanzas el orgasmo sexual en soledad y con ausencia de todos.

Todos los adjetivos briosos que viertes en tus versos retornan en un negativo bumerang y si dices belleza eres esperpento; laboriosidad, eres el ocio perfecto; ternura, eres defección; felicidad, eres amargura; amar, eres llanto triste; muchedumbre, eres soledad en la esquina baldía con tu pucho y tu dolor arrastrando.

Poeta del silencio y del cuarto vacío, poeta de los intentos y fracasos, poeta de la melancolía y de las causas perdidas, poeta de la frustración, poeta de la hoguera, poeta de la tristeza, poeta de la soledad y de la angustia, poeta de la rebeldía y de la nada, así quizá debas de epitafiarte, poeta, poeta, poeta, piedra rodante que saliste del anonimato por las palabras y sólo heredaste ellas y serás recordado por ellas.

Lambayeque, octubre 16 de 2006
Nicolás Hidrogo Navarro
Coordinador General Conglomerado Cultural –Lambayeque-Perú