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LOS FILONES INSPIRADORES PARA UNA NARRATIVA LAMBAYECANA

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LOS FILONES INSPIRADORES PARA UNA NARRATIVA LAMBAYECANA




Por Nicolás Hidrogo Navarro



En el campo narrativo la temática para un escritor – cuentista, novelista o fabulador- no sólo resulta variada y casi de una tendencia unipersonal, vivencial o de influencia lectora o concepción de su propuesta estética o sus propias ficciones y pasiones. Sin embargo, ningún producto estético en prosa –aún los de temática prospectiva o lo que Mario Vargas Llosa llama literatura de adelantación- será independiente de la realidad o la de los libros o la del contexto socio-cultural. Todo texto tiene su contexto y sus rasgos hibridizados, con un zurcimiento casi invisible entre lo ficcional y lo real.

En el terreno propio de la narrativa lambayecana la predominancia –hablando de los lambayecanista estrictamente puro, en temática, ambientación y uso de los giros dialectales-, ha sido circunscrito sólo a dos novelas “Puerto Cholo” de Mario Alberto Puga Imaña, con el drama portuario sindical; e indiscutiblemente con “El daño” con la tragedia familiar de los Navarrete, donde se evidencia un gigantesco fresco de la sociedad de los siglos XIX-XX de Lambayeque.

El esnobismo y exotismo literario imperante -producto de una alienación y mal comprendido fenómeno cultural de globalización- hoy en los cuentos y las escasas novelas que tiene como escenario de elucubración la región Lambayeque, ha dejado de lado esa faceta costumbrista, de evidenciación de la riqueza folklórica, tradiciones y costumbres y que cual retrato daguerrotípelo da cuenta a las generaciones futuras sobre el estado sincrónico de una época. Qué duda cabe que la literatura es el vehículo que mejor perenniza y caracteriza la cultura cuando se pierde la efímera nota musical, se distorsiona la oralidad, se tergiversa los movimientos dancísticos y se decoloriza el color y se diluyen las formas: es la lengua, la literatura lo que la hace inmortal.



Una de esas piezas literarias de oro cronográficas se encuentra en “El daño” de Carlos Camino Calderón, la mejor novela costumbrista del norte peruano y que hace un gigantesco retrato social de la región Lambayeque con sus tradiciones y costumbres. Este es el más grande fresco sociocultural y cultural inolvidable y de antología lambayecana en esta célebre novela. Y por si acaso, don Carlos Camino Calderón ni siquiera nació en Lambayeque, sino en Lima en 1884. Y ni siquiera murió en Lambayeque, sino en Trujillo en 1956. Un vivo ejemplo que para querer y homenajear un lugar no es necesario haber nacido ni muerto en él, sino haber vivido intensamente y haber amado lo que esa tierra le prodigó.

“En ese Departamento (Lambayeque) habían existido los prósperos y ricos cacicazgos de Cyntu y Ñampaxlloec cuyos habitantes, durante mucho tiempo, se habían conservado étnicamente puros porque su ardiente espíritu racial, no les había permitido mezclarse con los conquistadores quechuas, ni con los españoles. Allí, el indio había sido menos infeliz que en la sierra, pues su proximidad a la capital del virreynato, lo puso más al alcance de las humanas y justas leyes de Indias. Y como sus ocupaciones favoritas habían sido la pesca y la agricultura, su moral y su físico no fueron destruidos por la ruda labor y los vicios de los pueblos mineros.

Más tarde, incontables hijos de Lambayeque habían marcado con su talento y sus virtudes, las diversas etapas de nuestra vida republicana.

Apoca distancia de esta playa donde el padre Naymlap detuvo su flota de balsas y fundó Actén, se encontraba Eten, al pie del cerro donde milagrosas piedras dioríticas -que tal vez fueron molinos de metal- resonaban como campanas de bronce. Más lejos, San Martín de Reque con sus huertas de naranjos y su clima delicioso; Monsefú, con su Señor Cautivo, sus alforjas y sus jardines floridos todo el año; San Francisco de Chiclayo -la antigua Cyntu fundada por Ñor- con su chicha embotellada con bichayo, y sus "cojuditos" ; Lambayeque, la Generosa y Benemérita, con sus recuerdos del pasado, y sus resentimientos del presente; Santa Lucía de Ferreñafe -de real estirpe- con su canal del Taymi y sus campiñas, sus lindas mujeres y sus guapos que todo lo arreglan a balazos; San Pedro de Mórrope, con su bella iglesia y su "claro" que pone turbia la conciencia; Nuestra Señora de la Limpia Concepción de Mochumí con el Cerro del Purgatorio, y sus urracas; Túcume, con sus danzas de "diablicos", y sus molinos de arroz; San Juan de Illimo, con sus Carnavales y sus "yunzas", adornadas de rosquitas, cintas, y pesetas; Pacora, con su San Pedro armado de una espada de plata maciza; San Juan de Jayanca, con su gente descendiente de Huayna Cápac, y sus vinos perfumados; San Julián de Motupe, con el Cen o Chalpón y su cruz milagrosa, que es lo más grande que hay en todo el Departamento; Santo Domingo de Olmos, con el Portachuelo, sus norias rodeadas de papayos donde cantan las cuculas, y su Despoblado; Salas, con su venerable institución de la Brujería, y lleno de enguayanchadores, limpiadores, sorbedores, y rastreros; Santiago de Miraflores de Zana, la anatematizada, con sus recuerdos de santos y piratas, sus dátiles rellenos, y su conserva de naranja en poto.”. (Pág. 82-83).

De “El Daño“-1942, Carlos Camino Calderón

En Lambayeque la novela con inspiración terrígena y de elementos simbolistas en su iconografía prehispánica, en sus estudios etnográficos y antropológicos coloniales y republicanos y hasta postmodernos, no sólo parece haber quedado ignorada y funcionalmente fuera de la implicancia del escritor, sino que el perfil de los cuentistas que tenemos como reserva para transitar a novelistas no están preocupados, a la hora de concebir un cuento o un relato mayor, en concebir una narrativa emblemática y con un sello de procedencia de made in Lambayeque, sino que desatan sus demonios al libre albedrio temático. Lo que es un perfil y tendencia propia posmoderna. No tuvimos pues, una acentuación ni maduración del cuento criollista norteño en Lambayeque, los escasos que se produjeron no conocieron la luz ni tuvieron los quilates para alcanzar notoriedad. Así no logramos hacer un tránsito secuencial en el siglo XX entre Puga y Camino hacia las nuevas generaciones del 60-70-80-90 y 2000, con la excepción de Alfredo José Delgado Bravo, Manuel Orlando Uceda Campos, los hermanos Sandoval de Pimentel. Cada quien ha fabricado sus cuentos a su medida, nostalgia, a su ecoexperiencia y la clasificación es variadísima, desde el cuento urbano de aparecidos, leyendas trucadas, intimismo familiar, anecdotismo, ficción, misterio, pero todos en completos individualismos. Mientras subsista el síndrome del solista autosuficiente que crea hacerlo todo, la literatura lambayecana estará tan desperdigada en su función temática inspiradora, promoción, estudio, valoración y divulgación que se seguirá sintiendo la sensación que se está haciendo mucho, pero nada orgánico y sistemático o nada a la vez.

Lambayeque tiene una historia prehispánica cada vez más nítida, protagónica, universalista y con una rica mitología, suficientes leyendas capaz de desbordar la imaginación y numen de cualquier escritor. Al escritor local le falta conocer más geohistoria, analizar los fenómenos sociales y tener más calle y compenetración. Desde un cuarto cerrado de alucinado, jamás se potenciará la imaginación para diversificar las historias ficcionadas y trucadas que demanda la literatura. Sin necesidad de querer hacer cuentos o novelas con denotación histórica ni remedos de leyendas y mitos existentes, -estos funcionan como son referentes insoslayables para abrir una brecha temática capaz de surtir librerías y remitificar la propia literatura lambayecana en el contexto nacional y mundial- se hace necesario instrumentalizar a los narradores con técnicas, pero también con el conocimiento pleno de la realidad como sustrato y punto de partida hacia la imaginación y ficción literaria.

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